Estamos en plena celebración del segundo centenario del nacimiento de Giuseppe Verdi, quien vino al mundo el mismo año que Richard Wagner, el otro gran creador operístico decimonónico.
Al periodo intermedio de su producción pertenece La Traviata, según la célebre novela de Alejandro Dumas, padre, La Dama de la Camelias. Su efectivo libreto narra la triste historia de Violetta Valery, una cortesana que lleva un vida perdida, a la que alude el título escogido, y Alfredo, un joven de familia burguesa. Ambos se enamoran y abandonan París para llevar una existencia tranquila.
Sin embargo, tras una tensa visita, Giorgio Germont, logra convencer a Violetta de que abandone a su hijo, aduciendo que ya no lo ama. El resultado será que el despechado Alfredo la insultará públicamente y se batirá en duelo con su nueva conquista, el Barón Douphol, viéndose obligado a huir al extranjero.
Durante su ausencia, Violetta enferma de tuberculosis y espera en vano recuperar el amor perdido. Tanto Alfredo como Giorgio Germont sólo podrán verla durante sus últimos instantes de vida, conmovidos por su bondad y pesarosos por su falta de confianza en ella.
Sobre esta base, compuso Verdi una partitura moderna y brillante, pero cargada de emotividad ya a partir del maravilloso preludio. El papel de la protagonista es en extremo complejo desde el punto de vista tanto musical como psicológico. Se suele decir que serían necesarias tres sopranos diversas para interpretar cada uno de los actos: lírico-ligera, lírica y spinto. Por eso, muy pocas cantantes han logrado darle su verdadera dimensión. Alfredo está escrito para un tenor lírico-ligero y estilista. Germont para un barítono lírico que debe poseer una voz amplia y noble.
En la fonoteca de la UN contamos con uno de los testimonios fonográficos que nos legó la gran María Callas, principal intérprete moderna del papel titular, bajo la atenta dirección de Carlo Maria Giulini. A su lado, Gianni Raimondi cumple con dignidad y Ettore Bastianini asombra con su portentosa voz de barítono dramático, aunque sin grandes sutilezas.
Otro registro señero es el protagonizado por dos extraordinarios artistas: Renata Scotto y Alfredo Kraus. La primera realizó una magnífica interpretación, pero su voz ya no tenía el esplendor de antaño. El segundo exhibió su prodigiosa técnica y musicalidad a una edad en muchos tenores están casi retirados. Redondean esta versión la impecable aportación de Renato Bruson y la vivaz batuta de Ricardo Muti.

