En Mediateca: Mozart, Las Bodas de Fígaro

Como sucede en tantos otros géneros musicales, Mozart es uno de los puntales del repertorio lírico. Desde la infancia, compuso numerosas partituras para la escena, aunque sólo al final de su corta vida produjo un puñado de obras maestras, a una edad en que la mayoría de los grandes operistas apenas había dominado el oficio.

Destaca entre ellas la famosa trilogía basada en los espléndidos libretos del abate Lorenzo da Ponte, un italiano residente en Viena con el que logró compenetrarse a la perfección. El primer fruto de esta colaboración fue Las Bodas de Fígaro, basada en una célebre obra teatral de Beaumarchais, más interesante por sus aspectos de crítica social que por sus personajes, a los que, sin embargo, el salzburgués supo insuflar con su música el aliento de la vida.

Desde el punto de vista dramático, estamos ante la continuación de El Barbero de Sevilla. Hace años que el Conde Almaviva se ha esposado la plebeya Rosina, y ésta se ha convertido en Condesa. Quien va a casarse ahora es Fígaro, convertido en uno de sus sirvientes, y la escogida es Susanna, una de las criadas de palacio.

Ahora bien, su Señor no está dispuesto renunciar al ‘derecho de pernada’, aunque simula aprobar el matrimonio, e intriga para hacer valer semejante prerrogativa. Tras los consabidos enredos, las dos mujeres implicadas logran poner en evidencia al Conde, quien de rodillas pide perdón a su legítima esposa. En apariencia todo vuelve a la normalidad, pero hay una víctima: la Condesa, que comprueba como su sincero amor ya no es correspondido.

Mozart se las arregló para reflejar a la perfección en sus pentagramas el ingenio de la acosada Susanna, los celos y la inseguridad de Fígaro, el carácter impetuoso y altivo del Conde y, en especial, el desengaño y la tristeza de su mujer. Además, logró combinar a la perfección la acción dramática con el discurso musical, sobre todo en las escenas conclusivas de cada uno de los actos. El finale del primero es una de las creaciones más impresionantes de la historia de la ópera.

En la fonoteca de la UN contamos dos registros de esta obra maestra absoluta, que distan de estar entre los mejores, pero permiten entrar en contacto con ella. En el primero, Sir Colin Davis, un excelente director británico recientemente fallecido, cuenta con buen elenco vocal y destacan dos formidables sopranos de muy diverso carácter: la estadounidense Jessye Norman y la italiana Mirella Freni.

La segunda versión, interpretada con instrumentos de época, lleva el sello de ese excelente músico que es el holandés Sigiwald Kuijken. Sin embargo, los cantantes no poseen ni las voces ni el conocimiento del estilo necesarios para superar tan exigente prueba.

Figaro

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