Aun cuando probablemente el compositor más célebre de los nacidos en la actual República Checa sea Antonin Dvorak, este pequeño país de gran tradición musical puede enorgullecerse de contar con magnífico patrimonio artístico.
En buena medida, se lo debe a Bedřich Smetana, quien durante la segunda mitad del siglo XIX creó obras de gran originalidad, llenas de cálidas melodías inspiradas por el folklore de Bohemia y Moravia. La orquestación es además brillante y muy efectiva. Aunque sus óperas son muy hermosas, su partitura más difundida a escala mundial es el ciclo de seis poemas sinfónicos que agrupó bajo el título de Mi patria.
Desaparecidos los dos creadores ya citados, su testigo fue recogido entre otros por Leoš Janáček. Como otros destacados nacionalistas del siglo XX –el húngaro Bela Bartok o nuestro Manuel de Falla–, consiguió recrear y estilizar de un modo muy diferente la música popular. Para ello respetó su complejidad rítmica y su peculiar armonía, en lugar de hacer concesiones al gusto occidental.
Sus numerosas óperas figuran entre las más notables del siglo pasado, pero nos legó también magníficas piezas orquestales. La rapsodia sinfónica Taras Bulba y la espectacular Sinfonietta, son muy representativas de su estilo. Resultan algo más exigentes, porque su lenguaje es plenamente contemporáneo, pero si nos dejamos llevar por su colorido, variedad y fuerza, penetraremos en un mundo fascinante.
En la fonoteca de la UN contamos con excelentes versiones de estos pentagramas. Dos grandes directores checos –Rafael Kubelik y Karel Ancerl– nos ofrecen con las máximas garantías las obras de Smetana. En el caso de Janáček, podemos recurrir al segundo de los intérpretes mencionados y, aunque pueda parecer sorprendente, al australiano Sir Charles Mackerras. Aunque su carrera se desarrolló sobre todo en Inglaterra, se formó en Praga y estuvo siempre muy vinculado a ella, por lo que se convirtió en uno de los grandes difusores de su tradición musical.

