Dicen los productores de discos que Schumann se vende mal. Tal vez por eso, el bicentenario de su nacimiento, que se celebró en el año 2010, no tuvo mucha resonancia en España. A pesar de ello, fue sin duda un gran músico, en particular uno de los pilares del piano romántico, además de un extraordinario liderista. Tal vez, no alcance la efusividad y el aliento trágico de Schubert, ni la elegancia y fluidez de Chopin, pero sin duda los supera en lo que a poesía y capacidad de evocación se refiere.

Su producción pianística refleja a la perfección ese carácter inestable que acabaría arrastrándolo a la demencia en plena madurez creativa. No muy dotado para las grandes formas, prefirió componer numerosas series de piezas en las que se alterna la vena lírica o melancólica con una inspiración cargada de energía. Tanto su notable variedad como la privilegiada invención melódica del autor, las convierten en sumamente atractivas.

Las más populares son las que integran Escenas de Niños, conmovedora evocación de la infancia, y Carnaval, una especie de inventario sonoro de los estados de ánimo del compositor. También es muy célebre la arrebatadora Fantasía Op. 17, todo un modelo de construcción musical, que sin embargo destila la naturalidad de una improvisación. Kreisleriana, inspirada en un personaje de E.T.A. Hoffmann, y los Estudios sinfónicos, brillante exhibición de las posibilidades de la técnica de la variación, son también justamente famosos, aunque algo menos accesibles. La breve pero deliciosa Arabesque, puede ser la mejor introducción a todas estas obras.

A quien ya conozca los citados pentagramas, le recomendamos adentrarse en otros menos divulgados, ya que en la fonoteca de la UN contamos con la extensa y magnífica antología que grabó el chileno Claudio Arrau, uno de los mejores intérpretes de este autor, y también con los interesantes registros del pianista suizo Karl Engel. Podrá así comprobar que, tratándose del teclado, Schumann es siempre fiel a sí mismo y rara vez defrauda.