“Si alguno una vez te preguntase: / “La música, ¿qué es?” “Mozart”, dirías, / “Es la música misma”». Estas palabras, con las que comienza un espléndido poema de Luis Cernuda, son buena muestra de la fascinación que emana de los pentagramas del genio salzburgués.
Dentro de su catálogo, integrado por maravillosas partituras de todo tipo, pocas son tan deslumbrantes como la extensa serie de conciertos para piano, una increíble sucesión de obras maestras sin parangón en su género. Y ello a pesar de que su autor no contó excelsos modelos que le sirvieran de referencia, a pesar de lo cual son de una absoluta perfección.
Resulta imposible recomendar unos pocos, no sólo por su extraordinaria calidad, sino también porque tienen una factura semejante. Movimientos iniciales de extraordinario equilibrio y variedad, unas veces optimistas, otras cargados dramatismo, en general de inagotable riqueza melódica. Vienen luego remansos de inefable belleza y expresividad, líricos, soñadores, tristes e incluso trágicos, cuyas notas parecen a menudo venir de otro mundo. En los rondós conclusivos, en ocasiones reemplazados por variaciones, son un prodigio de inventiva y ligereza, puesto que el compositor exhibe en ellos su asombrosa capacidad para combinar y trasmutar los temas musicales.
Además, por vez primera en la historia, se da una perfecta armonía entre el virtuosismo del teclado y la solidez de la construcción sinfónica. La elegante y límpida orquestación, coloreada por hermosas intervenciones de las maderas, resulta inconfundible. Todo ello dota a estas piezas de un encanto muy singular y las convierte en irresistibles.
En la fonoteca de la UN contamos con la excelente integral que grabó Alfred Brendel, uno de los mejores pianistas del siglo XX, acompañado por la Academy of St Martin in the Fields, bajo la batuta de un experimentado mozartiano: Sir Neville Marriner. Hay también otras buenas interpretaciones y, para nostálgicos del vinilo, la muy notable lectura de Daniel Barenboim, dirigiendo desde el piano a la English Chamber Orchestra.
Quienes exploren este repertorio, sobre todo si escuchan los conciertos que van del 19 en adelante, comprobarán que, si como dicen los franceses, “Paris es Paris”, no cabe duda de que Mozart es Mozart.

