¿Por qué en la era de la tecnología los productos electrónicos que compramos duran cada vez menos? ¿Es posible que la única alternativa viable del consumidor ante un electrodoméstico estropeado sea la de comprar uno nuevo y tirar el anterior? La directora del documental Cosima Dannoritzer, responde a estas preguntas demostrando la existencia de una práctica empresarial llamada Obsolescencia programada. Esta práctica consistiría en la reducción deliberada de la vida útil de los productos con la finalidad de incrementar su consumo, valiéndose para ello de diferentes procedimientos.
El documental hace un recorrido por la historia de la Obsolescencia programada, aportando pruebas documentales mediante imágenes de archivo. Esta práctica existiría desde los años veinte, en que fabricantes de bombillas de Europa y Estados Unidos crearon un cártel llamado Phoebus cuya finalidad era pactar un límite de 1.000 horas de vida útil para las bombillas, confeccionando para ello unos filamentos más frágiles. Hasta entonces su duración podía llegar a las 2.500 horas. Oficialmente nunca existió Phoebus pero el film aporta documentos que lo demuestran y que son el punto de partida de la historia de la Obsolescencia programada. Más tarde se aplicaría sobre la industria textil haciendo desaparecer las irrompibles medias de nylon y ya en la actualidad sobre móviles, baterías o las populares impresoras. En la película se muestra el chip que lleva incorporado una impresora y que alcanzado un número de impresiones mandaría un mensaje de error inutilizando el dispositivo.
Las consecuencias de esta mala práctica no son únicamente el incremento desmesurado del consumo y el gasto para los consumidores, por otro lado motor de la economía moderna en opinión de muchos economistas. El deterioro ambiental sería la última consecuencia de la obsolescencia programada. Los países desarrollados producen cientos de toneladas de basura electrónica que son depositadas en vertederos de países del tercer mundo. Este es el caso de Ghana, país receptor, donde los residuos electrónicos ocupan los espacios que deberían recorrer los ríos y los campos donde deberían jugar sus niños.